¡Madrugón! ¡Uf, uf, uf! Hacía bastantes años que no cogía de manera habitual el tren de cercanías. El primer día estaba nevando, y aún así, llegué con una puntualidad británica a mi destino.
Suelo venir ya de un mundo de otra "dimensión", el metro, que merece un capítulo aparte, pero al enlazar con la estación de Chamartín, es como si el tiempo se detuviera. Todo parece igual que hace quince años, lo único nuevo es que pregunto a una chiquita con rasgos orientales que está detrás de un pequeño mostrador, cuál es el andén para Tres Cantos. Todo el mundo va serio, la gente amargada por tener que levantarse temprano, a excepción de algunas parejas de novios y madres con sus hijos, que sonríen.
Es como si el funcionamiento de toda la maquinaria que interviene estuviera congelada en el tiempo: trenes, andenes y viajeros.
Hay pequeñas incertidumbres diarias, porque ya no hay planos de la red de cercanías, aquéllos que llevabas bien dobladitos en el bolso a modo de chuleta; te remiten a internet si quieres hacerte con los horarios, de manera que aunque los había imprimido de la web de RENFE, no se ajustan en absoluto a las horas en que pasan los vagones rodantes. A veces, según subes al andén, pasa el tuyo, otras viene el de San Sebastián de los Reyes y tienes que estar al loro de dejarlo pasar, en otras ocasiones te hacen cambiarte de vía por megafonía, otras estás como una tonta mirando hacia la izquierda y resulta que el tren que hay que pillar está a la derecha (era mosqueante que no hubiera nadie esperando, claro, estaban subidos pensando qué hacía yo ahí solipandi).
Después la pequeña lucha diaria por coger sitio. Si no fuera por la pierna, que aún sigue dando la lata, me daría igual, porque el traqueteo es agradable, podría leer sin marearme (no como en los autobuses), y también sirve para cerrar un poco los ojos y "dormir" un ratito. Así que unos días voy de pie y otros sentada, y siempre acompañada con la música relajante del MP3, que es quien me ayuda a sobrellevar el madrugón. No me fijo mucho en la gente, aunque la mayoría son jóvenes que va a trabajar o a estudiar. Es difícil encontrarse con personas mayores de cincuenta años, aunque hoy vi a un hombre que debía rondar esa edad; tenía pinta de profesor de universidad y se bajó en Cantoblanco, la estación de la Universidad Autónoma.
Al llegar a Tres Cantos, salimos todos apelotonados y dando pequeños pasitos dentro de la marabunta, hasta que llegamos a los tornos de salida, donde más de un día sigue habiendo inspectores a los que tienes que mostrar el abono transporte. Y de ahí cada cual se desperdiga: unos van andando y otros cogen un autobús para desplazarse dentro de la ciudad hasta el curro.
Carlos Pumares decía que no había un solo western donde saliera un tren que fuera malo. Por ahora, las mañanas se hacen más llevaderas cuando viajo en tren; casi perdono al Universo por hacerme chupar una hora de transporte. Para regresar a Madrid debo fijarme en la dirección "Parla", pero a pesar del repelús que me da Parla, algo ha cambiado en mi ánimo: vuelvo contenta y con un sosiego que no tenía al comenzar la jornada, cuando me levanto y todavía es de noche. :)
Anda, tu tambien poniendo fotos de trenes, jejeje, a ver si te me vas a hacer aficionadaa.
ResponderEliminarPor como lo has escrito veo que te ha ido bien, pese al madrugón (a mi me cuesta horrores estos dias, claro que las horas de ir a la cama no son las mejores en mi caso).
Un abrazote.
Pues a mí el tren me parece el medio de transporte más bonito, me encanta ir en tren... aunque claro, entiendo que pierde romanticismo si es todas las mañanas, madrugando y para trabajar... Menos mal que nos quedan los paisajes, los mp3 y la contemplación de la fauna matutina...
ResponderEliminarme hice el propósito de hacer una galería de fotos de bocas de metro en mi blog, pero aún no tengo ni una, requiere tiempo, dedicación y memoria (y una cámara medio decente, que la del móvil nuevo que compré es más mala que mala)
besazo